Este martes 13 de junio, el Vaticano publicó el mensaje del Papa Francisco para la VII Jornada Mundial de los Pobres que se celebrará el 19 de noviembre de 2023.
A continuación, el mensaje completo del Papa Francisco, que se titula “No apartes tu rostro del pobre” (Tb 4,7):
1. La Jornada Mundial de los Pobres, signo fecundo de la misericordia del Padre, llega por séptima vez para apoyar el camino de nuestras comunidades. Es una cita que la Iglesia va arraigando poco a poco en su pastoral, para descubrir cada vez más el contenido central del Evangelio. Cada día nos comprometemos a acoger a los pobres, pero esto no basta. Un río de pobreza atraviesa nuestras ciudades y se hace cada vez más grande hasta desbordarse; ese río parece desbordarnos, tanto que el grito de nuestros hermanos y hermanas que piden ayuda, apoyo y solidaridad se hace cada vez más fuerte. Por eso, el domingo anterior a la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, nos reunimos en torno a su Mesa para recibir de Él, una vez más, el don y el compromiso de vivir la pobreza y servir a los pobres.
“No apartes tu rostro del pobre” (Tb 4,7). Esta Palabra nos ayuda a captar la esencia de nuestro testimonio. Detenernos en el Libro de Tobías, un texto del Antiguo Testamento poco conocido, convincente y rico en sabiduría, nos permitirá adentrarnos mejor en el contenido que el autor autor sagrado desea transmitir.
Ante nosotros se despliega una escena de la vida familiar: un padre, Tobit, saluda a su hijo Tobías, que está a punto de emprender un largo viaje. El anciano teme no volver a ver a su hijo y por eso le deja su “testamento espiritual”. Fue deportado en Nínive y ahora es ciego, por lo tanto doblemente pobre, pero siempre ha tenido una certeza, expresada por el nombre que lleva: “el Señor ha sido mi bien”. Este hombre, que siempre ha confiado en el Señor, como buen padre desea dejar a su hijo no tanto algún bien material, sino el testimonio del camino a seguir en la vida, por eso le dice: “Todos los días, hijo, acuérdate del Señor; no peques ni quebrantes sus mandamientos. Haz obras buenas todos los días de tu vida y no te metas en el camino de la injusticia” (4,5).
2. Como se ve enseguida, el recuerdo que el anciano Tobit pide a su hijo no se limita a un simple acto de memoria o a una oración dirigida a Dios. Se refiere a hechos concretos que consisten en hacer buenas obras y vivir rectamente. La exhortación se hace aún más específica: “A todos los que practican la justicia dales limosna con tus bienes, y al dar limosna, que tu ojo no tenga remordimientos” (4,7).
Las palabras de este sabio anciano no dejan de sorprender. Porque no olvidemos que Tobit perdió la vista precisamente tras realizar un acto de misericordia. Como él mismo cuenta, su vida desde joven estuvo dedicada a obras de caridad: “A mis hermanos y a mis compatriotas, que habían sido llevados conmigo al cautiverio en Nínive, en tierra de los asirios, solía darles mucha limosna. (…) Daba pan a los hambrientos, ropa a los desnudos, y si veía a alguno de mis compatriotas muerto y arrojado tras los muros de Nínive, lo enterraba» (1,3.17).
A causa de su testimonio de caridad, el rey le había despojado de todos sus bienes, haciéndole completamente pobre. Sin embargo, el Señor seguía necesitándole; habiendo asumido su cargo de mayordomo, no tuvo miedo de continuar con su forma de vida. Escuchemos su relato, que también nos habla a nosotros hoy: “Para nuestra fiesta de Pentecostés, es decir, la fiesta de las Semanas, hice preparar una buena comida y me puse a la mesa: la mesa estaba servida con mucha comida. Dije a mi hijo Tobías: ‘Hijo mío, ve y, si encuentras entre nuestros hermanos deportados a Nínive a algún pobre, pero de corazón fiel, llévalo a cenar con nosotros. Yo me quedaré a esperar tu regreso, hijo mío’” (2,1-2).
¡Qué significativo sería que, en el Día de los Pobres, esta preocupación de Tobit fuera también la nuestra! Invitarnos a compartir la comida del domingo, después de compartir la Mesa Eucarística. La Eucaristía celebrada se convertiría realmente en un criterio de comunión. Por otra parte, si en torno al altar del Señor somos conscientes de que todos somos hermanos, ¡cuánto más visible se haría esta fraternidad compartiendo la comida festiva con los que carecen de lo necesario!
Tobías hizo lo que su padre le había dicho, pero regresó con la noticia de que habían matado a un pobre hombre y lo habían abandonado en medio de la plaza. Sin dudarlo, el viejo Tobit se levantó de la mesa y fue a enterrar al hombre. Al volver a casa, cansado, se quedó dormido en el patio; le cayó estiércol de pájaro en los ojos y se quedó ciego (cf. 2,1-10). Ironía del destino: ¡haces un acto de caridad y te sobreviene la desgracia! Podemos pensarlo; pero la fe nos enseña a ir más allá. La ceguera de Tobit se convertirá en su fuerza para reconocer aún mejor las múltiples formas de pobreza que le rodeaban.
Y el Señor, a su debido tiempo, devolverá la vista al anciano padre y la alegría de volver a ver a su hijo Tobías. Cuando llegó ese día, “Tobit se echó sobre su cuello y lloró, diciendo: ‘¡Te veo, hijo, luz de mis ojos! Y exclamó: ¡Bendito sea Dios! ¡Bendito sea su gran nombre! ¡Benditos sean todos sus santos ángeles! Bendito sea su santo nombre sobre nosotros, y benditos sean sus ángeles por los siglos de los siglos. Porque él me ha herido, pero ahora contemplo a mi hijo Tobías’” (11,13-14).
3. Podemos preguntarnos: ¿de dónde saca Tobías el valor y la fuerza interior que le permiten servir a Dios en medio de un pueblo pagano y amar tanto a su prójimo que arriesga su propia vida? Estamos ante un ejemplo extraordinario: Tobit es un esposo fiel y un padre solícito; ha sido deportado lejos de su patria y sufre injustamente; es perseguido por el rey y sus vecinos… A pesar de ser tan bondadoso, es puesto a prueba. Como a menudo nos enseña la Sagrada Escritura, Dios no libra de las pruebas a los que hacen buenas obras. ¿Por qué? No lo hace para humillarnos, sino para que nuestra fe en Él sea firme.