El actual Sínodo está llamado a acoger los sueños, ilusiones, tristezas, frustraciones, retos y desafíos de todos los que conforman el Pueblo de Dios
Todos los bautizados estamos invitados a ser parte de un proceso sinodal, que se desarrolla ya en la primera de sus etapas, la diocesana. No es casual querer implicar en este camino a cada comunidad particular, pues es en su seno donde se realiza, en forma visible, inmediata y cotidiana, el misterio de la Iglesia. Es en la comunidad donde los fieles se reúnen para celebrar la fe, en una misma celebración litúrgica, en la misma eucaristía y en comunión con todo el Pueblo santo de Dios. Por tanto, el primer nivel de ejercicio de la sinodalidad debe tener lugar en este espacio de encuentro de fe.
Desde que el arzobispo de La Habana, Juan de la Caridad Card. García, realizara la apertura oficial del Sínodo, varias comunidades eclesiales y religiosas, movimientos y grupos pastorales arquidiocesanos acogieron con cierto escepticismo la invitación. Lo que llegaba como susurro desde el Vaticano, aterrizaba ahora en una Iglesia local alejada por mucho tiempo de celebraciones presenciales debido a la pandemia del Covid-19, con una población de fieles envejecida y que, como el resto de los cubanos, estaba sobreviviendo a una difícil realidad social, que aún persiste. Eran miedos y temores legítimos, pero ante los cuales aparecía esta oportunidad para pensarnos como Iglesia y mejorar.
Con los meses, son más las comunidades que se reúnen para dialogar. Si bien las fechas de trabajo que se han compartido para animar los encuentros de grupos, han devenido ejercicio de escucha, desde cada comunidad se generan iniciativas para implicar a personas alejadas de la Iglesia, miembros de otras confesiones religiosas, vecinos del barrio e instituciones cercanas, como escuelas y consultorios médicos. Según las experiencias compartidas al equipo coordinador del Sínodo en La Habana, el reconocer las difcultades que acompañan hoy a la Iglesia, ha resultado cardinal para pensar, de conjunto, el horizonte de prioridades diocesanas.Se trata de tener claro desde dónde partimos para saber adónde queremos llegar, sin olvidar que la sinodalidad es, más que un movimiento físico, un proceso espiritual constante, que precisa de relaciones fraternas en las que se experimente la comunión en la diversidad de voces, de carismas, de generaciones, de vocaciones y de ministerios.
El actual Sínodo está llamado a acoger los sueños, ilusiones, tristezas, frustraciones, retos y desafíos de todos los que conforman el Pueblo de Dios, especialmente de los jóvenes y de las mujeres. En lo que va de camino, en la Arquidiócesis de La Habana estas últimas han sido mayoría e impulsoras del proceso desde una actitud positiva y comprometida con la Iglesia. Y si bien aún se desea una mayor presencia de jóvenes, desde las diversas pastorales diocesanas se gestan iniciativas para motivarlos y contar con sus voces y riqueza espiritual. Por supuesto que la invitación no deja afuera a los sacerdotes, diáconos y vida consagrada, quienes también están llamados a salir de sus propios mundos para ser una Iglesia en la que nos acompañemos como pueblo.
13 de julio de 2022
(Tomado de Vida Cristiana)