Valorar y amar más

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¿QUÉ BUSCAS?

A mi familia

Algunos videos de algunas productoras de documentales sobre la naturaleza nos muestran cómo los animales cuidan y protegen a sus descendientes y ello beneficia no solo a la familia sino también a la manada y a la especie. En cuanto al cuidado, observamos la responsabilidad de los padres con sus cachorros, el apego a sus crías así como la exigencia y fortaleza que los animalitos deben aprender para poder subsistir. En algunos momentos, podemos mirar cómo los animales suelen agredirse en ciertas circunstancias al grado de eliminar a un extraño al grupo o a un rival que pretenda tomar el lugar del “macho alfa” o a cualquier otro que representa una amenaza para la “familia”. ¿Por qué sucede esto? Porque hay un sentido nato de sobrevivencia; sentido del cual los seres humanos no estamos exentos; lo que se busca, entre otras cosas, es la preservación de la especie.

Hoy día, el término familia ha llegado a adquirir diversas acepciones según lo que con esta palabra queremos expresar. En la película El Padrino, don Corleone manifiesta interés por defender a la “familia de la mafia” involucrada en negocios ilegales y peligrosos, a fin de obtener el modus vivendi de las familias de sangre emigradas de Italia a América. También se suele decir “la familia política” refiriéndose al grupo de ciudadanos que, compartiendo ideales, coordinan o participan en el gobierno de un pueblo… En la Iglesia católica se puede uno referir a los grupos de consagrados al servicio del Pueblo de Dios como “familia franciscana”, “familia salesiana”, “familia mercedaria”, “familia paulina”, etc.

Podrán mencionarse otros ejemplos del uso del término “familia”, pero el concepto elemental sigue remitiendo ordinariamente a la pareja humana que procrea y se responsabiliza de la crianza de los niños, de modo que la familia natural entre los seres humanos la constituyen papá, mamá e hijos.

“La ubicación histórica inmersa en una serie de cambios y de alteraciones en modalidades de reflexión, tantas veces llenas de ambigüedades, muy difundidas y que en cierta forma ponen en tela de juicio la razón de ser y el sentido mismo de la familia, con su fisonomía propia e insustituible, fundada en el proyecto de Dios Creador, ha hecho que sea imprescindible hoy insistir en el artículo en singular la familia.

”Es preciso dar toda la fuerza al uso del singular: la familia, cuando crece un uso del plural, las familias, con todo lo que comporta en el sentido de negar el modelo de la familia, fundada en el matrimonio, comunidad de amor y de vida, de un hombre y una mujer, abierta a la vida. Unida a la concepción singular y en singular de la familia, está su filosofía, su fundamentación antropológica, sobre la cual el Papa ha aportado tantos aspectos iluminadores en su magisterio”.1

Al padre, además de engendrar a sus descendientes, se le sigue reconociendo como el primer responsable de la protección de la esposa y los descendientes; a la madre, que gesta, da a luz al bebé y lo amamanta, se le atribuye el cuidado directo del fruto de la unión marital, mientras que a los hijos les corresponde reconocer, amar y dejarse guiar por sus padres al menos hasta la llamada “mayoría de edad”.

Valorar a la familia

Ante las diversas situaciones socioculturales que, de una manera u otra, van afectando a la familia en la actualidad, es necesario considerar el valor que cada uno da a su propia familia. Existen muchas familias bien logradas, debidamente cuidadas, pero también cuántas parejas no supieron valorar a su familia por lo que no la cuidaron debidamente y al final se esfumó el anhelo de una familia hermosa: envidiable, como suele decirse; alegre, que ríe y está contenta en su hogar; saludables, es decir que se apoya y convive en paz al interior y al exterior, pese a algunos problemas que normalmente suelen presentarse; una familia deseable que pueda despertar en los jóvenes el deseo de tener su propia familia, la cual deberá mantenerse feliz e integrada.

La Biblia nos ha entregado en sus páginas muchas historias relativas al amor entre esposos y hacia los hijos; generoso compartir, paciencia, perdón hacia adentro y hacia afuera de las familias…

Esas historias han inspirado relatos formales y líricos como el que sigue:

“Aarón era hermano de Moisés y de Miriam; Moisés era el más pequeño y Miriam la mayor. Los tres nacieron en Egipto donde el pueblo hebreo, esclavizado, trabajaba para el Faraón; los tres compartieron, de alguna manera, la responsabilidad de liderar al pueblo de Israel hacia la libertad, lejos de Egipto.

”Aarón se casó con Elizabeth, hija de Aminadab, hermana de Nahasón, la cual dio a luz a Nadab, Abiú, Eleazar e Itamar según lo narra el Libro del Éxodo (6.23).

”Cada noche, antes de dormir, Aarón platicaba con su esposa de temas de interés común; ella se había convertido en consejera de su marido, los muchos y variados temas se alargaban, con frecuencia hasta muy entrada la noche: cómo ayudar a Moisés para animar al pueblo a que no diera marcha atrás sino que siguiera adelante hacia la tierra que Dios les había prometido; sobre la falta de comida en el desierto; sobre los problemas que a diario se suscitaban entre las familias hebreas; sobre la educación de sus cuatro hijos, sobre las tareas encomendadas de culto sagrado…

”Avanzada la noche, Aarón se quedaba dormido por la fatiga del día, pero siempre acaba convencido de que su esposa tenía razón en sus recomendaciones… la tenía por buena madre de sus hijos, la amaba como buena compañera que Dios le había ‘regalado’ y la apreciaba por el apoyo que le daba a él y al conjunto de familias hebreas”.2

Amar a la familia

Respetar, cuidar y mantener unida a la pareja y a los hijos solo es posible cuando se asume con amor y, por supuesto, con responsabilidad, el matrimonio y la familia.

¿Qué es el amor?

El término “amor” es uno, pero sus significados son múltiples. Para no divagar, pongo aquí las palabras que Pablo de Tarso dirigió a los discípulos de Jesucristo congregados en la comunidad de Corinto. Primero les explica que no hay que confundir el amor con otros dones cristianos, más aun, el amor se pone por encima de cualquier otro don o virtud, dado que el amor es paciente, bondadoso y no tiene envidia; no es jactancioso ni arrogante; no se porta indecorosamente; no busca lo suyo, no se irita, no toma en cuenta el mal recibido; no se regocija de la injusticia, mas se alegra con la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, lo soporta todo. Es decir que el amor lo es todo, y por eso el amor nunca dejará de ser; al final de los días, todo pasará, lo único que permanecerá será el amor, marca divina que nos acerca al Amor por excelencia, Dios. (Cfr. 1Cor 13.1-7).

La “familia feliz”

El esfuerzo en el amor conduce a una meta siempre buscada por el ser humano: la felicidad. A propósito, surge esta pregunta: Pero, ¿es posible la felicidad en la vida personal y en la familia? Sí, es posible, siempre y cuando se cumplan algunas condiciones que exige la felicidad misma: ante todo, la de creer que la felicidad es posible y, segundo, el luchar por lograrla.

Pese a los mil obstáculos que parecen alejarnos de la felicidad personal y familiar, hay testimonios de personas y familias que son felices sin eufemismos ni apariencias.

A nivel personal, se es feliz cuando hay amor y respeto a sí mismo; a nivel grupal, cuando hay corresponsabilidad y mutua colaboración; la sociedad en general favorece la felicidad, cuando se especifican y respetan los derechos humanos en pro del bienestar común, cuando se respeta la dignidad de la persona y se favorece el amor a la propia tierra o nación.

En el caso de la familia, la felicidad existe cuando padres, hijos y demás familiares se aman y se ayudan mutuamente a conseguir su realización personal.

Podemos enumerar algunos obstáculos a la consecución de la felicidad:

  1. El orgullo y el egoísmo de los miembros de la familia, que buscan su felicidad a costa de la de los demás miembros, utilizando a los otros como peldaños para trepar, ellos solos, hacia la felicidad.
  2. La falta de responsabilidad y de respeto que ignora o limita injustamente los derechos del prójimo.
  3. Las estructuras sociales que impiden el mínimo de una vida digna; mientras que detrás de las estructuras están todas las personas que se benefician ilícitamente de los bienes destinados para todos, imposibilitando la consecución de los derechos básicos para todas las personas.
  4. La visión hedonista de la felicidad, o sea el criterio materialista de quienes ponen la felicidad en el placer y en el consumo de cosas, posponiendo el “ser mejores” para amar más.
  5. La agresividad del ambiente, que hace referencia a las dificultades económicas, inseguridad personal, angustia ante el futuro, obstáculos para estar juntos, tensión generacional (entre jóvenes y adultos con una visión disímil ante la vida).
  6. La ausencia de Dios en las relaciones humanas. Entiéndase la indiferencia religiosa, el secularismo y, más aún, el rechazo a Dios que es la fuente de la felicidad y quien nos da las fuerzas para ser felices.3

También existen pautas para la felicidad en familia. Si quieres que tu familia sea feliz:

  1. cultiva los valores y virtudes de la familia feliz: mutuo respeto, ayuda, responsabilidad, comunión, fe en Dios, seguimiento de Cristo, y, sobre todo, amor desinteresado a los demás;
  2. con optimismo lucha incansablemente por la felicidad de todos y cada uno de los miembros de tu familia y cree firmemente que, a pesar de todo, la felicidad en familia es posible.4

Notas

1 Cf. V.gr. Exhortación apostólica Familiaris Consortio, nn. 11-16; Carta a los Jefes de Estado del mundo, del 14 de marzo de 1994; Carta a las Familias, Gratissimam sane, nn. 6-12. Citada en: Pontificio Consejo para la Familia: “II Encuentro Mundial del Papa con las Familias”, La Familia don y compromiso, esperanza de la Humanidad, n.1, San Pablo, México, 1997.

2 Tomado de “Elizabeth y Aarón”, en P. Tarcisio Carmona: Experiencia de vida para los matrimonios de hoy, Parejas bíblicas, 1era. edición, San Pablo, México, 2007, pp. 33-36.

3 Cfr. Urbano Sánchez: Guía para una familia feliz, San Pablo, México, 6ta. edición, 2007, pp. 8-11.

4 Ibídem, pp. 13-14.

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