James Baldwin 1 decía: “El reto está en el momento: el tiempo es siempre ahora”. Al hacer memoria de la visita a Cuba de SS Juan Pablo II en enero de 1998, 25 años después, confirmo el desafío que la misma implicó para la Iglesia peregrina en Cuba, como institución y como Pueblo de Dios, y sobre todo la vigencia de sus palabras en la actualidad.
Aquella visita parecía algo imposible unos años antes. Por eso cuando se crearon las condiciones y el Señor nos hizo ver que “había llegado el tiempo”, la alegría nos sobrepasaba. Los meses de preparación fueron un empuje pastoral para las comunidades eclesiales. Todos estábamos dispuestos a servir en lo que hiciera falta. La creatividad y las iniciativas impulsaban cada paso que dábamos, como lo fue la de Mons. José Siro González Bacallao, Obispo de Pinar del Río en aquel período, que se lanzó a recoger firmas entre los pinareños para solicitarle al Papa que sobrevolara nuestra diócesis el 21 de enero al llegar al espacio aéreo cubano, al ser la única región por donde él no pasaría durante su viaje apostólico. 118 700 firmas se dirigieron al Vaticano apoyando la solicitud del Pastor de vueltabajo y el Papa nos regaló su presencia durante unos minutos por este cielo.
Ante la noticia de su aceptación, las comisiones pastorales en la diócesis apoyaron a los misioneros que se disponían a preparar al pueblo para la visita y en especial esos instantes en que el avión de Al Italia entrara en el territorio. Se repartían volantes por la calle anunciando las 3:00 de la tarde para que todos esperáramos desde las azoteas, con espejos, aquella llegada. Y así fue. Un mar de luces saludaba al Sucesor de Pedro que desde su ventanilla devolvía el saludo, sobrevolando a pocos pies de altura para hacer más cercano el primer encuentro con los cubanos. Fruto de este momento nació un mensaje de Su Santidad dirigido a nuestro Obispo y al pueblo en general que nos llenó de emoción a todos.
Cada día de aquella semana fue un regalo especial de Dios para nosotros. Cada palabra escuchada, ya fuera por parte de los obispos residentes de las diócesis visitadas, o del mismo Papa resonaba en quienes las escuchábamos. Saltos de alegría, lagrimas, aplausos espontáneos, comentarios y valoraciones de los textos, mostraban las emociones a flor de piel en cada celebración.
El pueblo necesitaba vivir un encuentro así, necesitaba expresarse como lo hacía, necesitaba proclamar todo lo que durante décadas llevaba guardado en lo profundo de sus corazones. Era el encuentro del Hijo Pródigo con su Padre. Muchos de los presentes en las celebraciones públicas habían vivido una historia personal marcada por el precio de la fidelidad a su fe, pero muchos otros también se habían acercado nuevamente a nuestros templos para pedir perdón por dar la espalda en un momento dado, y la Iglesia, como en la parábola, los había acogido y hecho fiesta por su regreso; otros tantos se acercaban a la Madre por primera vez bajo el entusiasmo novedoso de la visita. Por eso para mí fue tan significativa la profesión de fe en la Plaza Cívica “José Martí” de La Habana el 25 de enero en la última Misa del Papa en Cuba. Aún hoy, 25 años después, recuerdo con emoción cómo vibramos cuando a una sola voz respondíamos: “¡Sí creo!”.
Otro momento cargado de ternura fue el abrazo que Lola Careaga, señora de las Minas de Matahambre al norte de Pinar del Río, le dio a Su Santidad cuando éste le entregó la Palabra de Dios, como signo de reconocimiento a sus tantísimos años de compromiso eclesial. En los Medios fue conocido como el beso de Cuba al Papa, y así fue; con su blanca mantilla, abrió sus brazos sorpresivamente y en aquel gesto le dijo cuánto lo queríamos los cubanos, cuánto reconocíamos su historia personal, su cercanía con nuestra Patria, y todo lo que significaba para nosotros su presencia en Cuba.
Haber sido escogida, junto a otro joven de la diócesis: Yaxis Dallán Cires Dib, para entregar las ofrendas el 25 de enero, fue un regalo inmenso de Dios. De esas caricias divinas que recibimos en la vida sabiéndonos inmerecedores de ellas. Pero a la vez implicó una responsabilidad y un compromiso. En nosotros estaban representados tantos jóvenes que se acercaban a la fe por decisión propia, que habían hecho opción por el Evangelio y que estaban dispuestos a entregarse en favor del servicio a los demás a través de la acción pastoral de la Iglesia. Pero sobre todo significaba un compromiso muy grande, porque ya no podíamos ser los mismos. Nuestra vida tenía que ser coherente con lo que habíamos representado, y es algo que hoy, al mirar atrás, me inclina ante el Santísimo para agradecerle, como el salmista, “todo el bien que me ha hecho”.
Esa fue la primera de tres visitas papales que ha tenido Cuba. Quizás por la primicia considero que ha sido la más significativa, la que más no ha marcado. El Magisterio del Papa en Cuba fue algo que gustamos posteriormente, no solo a modo de análisis o conocimiento, sino porque era todo un manual de procedimiento como personas y como Iglesia. Cada palabra pronunciada en aquel encuentro tiene hoy una vigencia como si las dijera por primera vez. Esto es motivo de tristeza porque significa que no hemos
logrado hacerlas vida, significa que la situación social, las actitudes ante ésta continúan siendo las mismas de hace 25 años, pero en medio de ello, vemos que todavía existen personas que se esfuerzan por construir una sociedad “donde se presente la cultura del amor y de la vida”, por “conservar sanas las familias para que no enferme el corazón de la nación”, por “encarnar la fe en la propia vida” y ser “protagonistas de su propia historia”.
Gracias, Señor, por el regalo grande de este momento. Por enviar tres veces a tus mensajeros a nuestra Tierra. Ojalá sepamos corresponder a tanto amor.
1 James Arthur Baldwin (1924- 1987). Fue un novelista, dramaturgo, ensayista, poeta y activista de los derechos civiles
estadounidense.